domingo, 22 de junio de 2008

Det sjunde inseglet - El séptimo sello - 1957

«...una película irregular
a la que tengo mucho cariño»
(Ingmar Bergman)
Sinopsis argumental:
Un caballero -Antonius Block- vuelve junto con su escudero -Jöns- de una cruzada a Tierra santa luego de cinco años de estar fuera de su casa, y yendo por tierras asoladas por la peste negra. En un descanso se le aparece la Muerte para llevarlo; sin embargo Antonius desafía a la Muerte a una partida de ajedrez. La Muerte acepta el reto y comienza la partida.
La película narra los últimos días del regreso del caballero a su castillo, la superstición y la muerte que van encontrando, alternando con las peripecias de la partida de ajedrez y el desvelamiento de la razón oculta del desafío: Antonius desea ganar tiempo para realizar una acción que justifique su vida, aunque todavía no sabe cuál será esa acción.
A caballero y escudero se unen otras personas que irán al castillo; sin embargo, en una terrible tormenta, Antonius insta a una pareja de bufones (Jof y Mia) con su bebé a que se separen del grupo y vayan solos, con lo que se libran de la muerte que los espera al final del viaje. Ha encontrado por fin la buena acción.

* * *

¿Cómo se habla de «El séptimo sello»? No sólo es una gran película, sino que además es, probablemente, la más conocida de IB, la que ha traspasado las fronteras de quienes más o menos conocen su filmografía, de tal modo que quien nada conoce de Bergman, con algo de cine clásico que haya visto, ha visto El séptimo sello.
Los motivos por los que una obra se vuelve "clásica" son generalmente muy difíciles de comprender; de repente todo un conjunto heterogéneo de gente queda reunido, y como identificado, por una obra en particular. Esa obra tiene una significación para uno y otra muy distinta para otro, sin embargo se convierte, sin que podamos determinar exactamente cómo, en un punto de referencia para los dos.
En la escena del bufón en la taberna (a los 45 minutos de película, aprox.), el bufón Jof está siendo acosado por un delincuente (Raval), que lo hostiga para hacerlo bailar como un oso, con la amenaza de marcarle la cara con un cuchillo; mientras tanto cada uno en la taberna está en sus cosas, hablando de la peste, comiendo, etc... y de repente: de repente todo se detiene en torno a Jof, su lastimoso baile concita la atención de todos, cada uno ha dejado lo suyo para mirarlo a él; son en verdad incapaces de comprender realmente lo que le pasa a Jof, pero sus vidas se centran en él por unos instantes.
Algo así, quizás, nos pasa con algunas obras que devienen clásicas: tal vez no sabemos por qué, tal vez lo que sentimos frente a ella tenga poco que ver con lo que la obra es y dice, pero nuestra vida queda atraída y como retenida unos instantes en ella. Es precisamente ese instante el mejor para hacerle la pregunta: ¿qué me quieres decir?

¿"Auctor interpres sui"?

¿Quién podría saber mejor el valor de un obra que aquel que precisamente la compuso para transmitirnos algo? Y sin embargo, es muy frecuente que el autor, por sobrevalorar o por infravalorar, por atender a lo que él piensa y no a lo que piensa la obra, o por cualquier otro motivo, en realidad no sea el mejor intérprete de su propia obra. Esto decía Bergman sobre El séptimo sello en "Linterna mágica":
Pintura en madera [una obra teatral de IB escrita en Malmö] se convirtió más adelante en El séptimo sello, una película irregular a la que tengo mucho cariño porque la hicimos en condiciones muy primitivas con una gran movilización de vitalidad y entusiasmo. En el bosque nocturno de la bruja, cuando la ejecutan, se puede ver por entre los árboles las ventanas de los altos edificios del barrio de Råsunda. La procesión de los penitentes pasa por un solar en donde habría de edificarse el nuevo laboratorio. La secuencia de la danza de la Muerte bajo los negros nubarrones se hizo a una velocidad vertiginosa después de que la mayoría de los actores hubieran dado por finalizada su jornada laboral. Ayudantes, electricistas, un maquillador y dos veraneantes que nunca supieron de qué iba la cosa, se vistieron con las ropas de los condenados a muerte. Se preparó una cámara sin sonido y se filmó antes de que se disipasen las nubes. [pág. 291]

"Soy la muerte"

-¿Quién eres tú? 
-Soy la Muerte 
-¿Vienes a por mí? 
-Hace tiempo que camino a tu lado 
-Ya lo sé 
Beng Ekerot y yo nos pusimos de acuerdo en que la Muerte llevaría una máscara de payaso, la máscara del payaso blanco. Una mezcla de máscara de payaso y de calavera.
Es un arriesgado número de prestidigitación que igual podía haber fracasado. De pronto aparece un actor con la cara pintada de blanco y afirma ser la Muerte. Aceptamos que es la Muerte en vez de decir: «¡Bah, déjalo tío, a nosotros no nos engañas! ¡Si vemos que eres un actor con talento pintado de blanco y vestido de negro! ¡Tú qué vas a ser la Muerte!». Pero nadie protestó... (Imágenes, pág 204)
Tal vez, sólo tal vez, la clasicidad de esta película tenga en parte que ver con el retorno a la simpleza de ese "arriesgado número de prestidigitación". En el mundo, algunos saben de esto y otros de aquello, pero de la Muerte sabemos todos; sabemos que un día cualquiera se acercará y hará su arriesgado número de prestidigitación: con total simpleza nos dirá "soy la Muerte".
A pesar del título de la película, que podría resultar un poco críptico; a pesar de la, por momentos, abigarrada reflexión religiosa y "metafísica"; a pesar de todo lo que podríamos poner en la columna de "esto es una peli difícil", se trata de algo simple: "soy la Muerte". Tan simple como ineluctable.
Entiendo que la eficacia clásica de esta película radica precisamente en que comienza con esa constatación elemental que todos compartimos: la muerte está allí, y no es nada complicado verla; pero también esa eficacia tiene que ver con que toda su reflexión, tan profunda y metafísica, no deja nunca ese punto de partida de la obviedad de la muerte: el problema del amor humano es que antes o después acaba, el problema de Dios es que ahora no lo vemos y del mañana no sabemos nada... y como estos, cualquier otro profundo y abstruso problema metafísico que nos queramos plantear adquiere una "elegante clasicidad" tan sólo con partir, y no dejar de estar, en la simplicidad del punto donde la muerte ya estaba allí.

Un silencio como de una hora y media

La película se llama "El séptimo sello" en atención a la cita de Apocalipsis (8,1) con la que comienza, y que vuelve a aparecer casi sobre el final; leamos la frase inicial y su contexto más inmediato:

1Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora... 
2Vi entonces a los siete Ángeles que están en pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas. 3Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. 
4Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos. 
5Y el Ángel tomó el badil 'y lo llenó con brasas' del altar 'y las arrojó' sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra. 
6Los siete Ángeles de las siete trompetas se dispusieron a tocar. 
7Tocó el primero... Hubo entonces pedrisco y fuego mezclados con sangre, que fueron arrojados sobre la tierra: la tercera parte de los árboles quedó abrasada, toda hierba verde quedó abrasada. 
8Tocó el segundo Ángel... Entonces fue arrojado al mar algo como una enorme montaña ardiendo, y la tercera parte del mar se convirtió en sangre.[...] 
En el Apocalipsis, el libro sellado contiene la totalidad de la historia, y sólo alguien digno puede abrir sus sellos, es decir, leer lo que está escrito en él y por lo tanto consumar la historia. El único digno de hacerlo será el Cordero degollado, figura de Cristo. Mientras los sellos no se abren, la historia permanece en el sinsentido: ocurre, pero nadie puede comprenderla.
Se ha sugerido, y es muy plausible en base a los indicios literarios que el propio Apocalipsis y otros apocalipsis aportan, que el "libro sellado" no sea sino el propio Apocalipsis, en un juego de espejos donde el libro contiene la revelación de sí mismo, y sólo puede ser descifrado si se utiliza como clave de lectura al Cordero.
La apertura del séptimo sello, lejos de dejar a la vista la inmediata aniquilación del mundo, trae un "silencio como de media hora", y sólo luego de mencionarlo, y como si la visión cambiara simplemente de plano, la destrucción (vers. 2: "vi entonces..."). Esa destrucción, a su vez, se realiza en paralelo al ofrecimiento ante el altar del cielo de "las oraciones de los santos" (vers 3).
Esto tiene su importancia a los efectos de comprender el sentido de ese silencio apocalíptico: no se trata de la calma que precede a la tormenta, ni de la preparación para el combate, sino que es una imagen antitética del fragor del mal. Precisamente en todo el Apocalipsis el mal es descripto como ruidoso, por tanto el silencio no es algo que ocurre "antes de" la destrucción: ocurre simultaneamente, el silencio es la iglesia misma, son "los santos" (como se llamaban a sí mismos los primeros cristianos, nombre que se ha conservado entre los mormones).
Yo creo que esto, con independencia de si Bergman era o no capaz de explicarlo exegéticamente, es de la mayor importancia para comprender por qué la película se llama como se llama.
La música inicial, un "Dies Irae" angustioso, la mezcla de las cruzadas, la inquisición y la peste (todo ello utilizado adrede anacrónicamente: no se trató de realidades del todo simultáneas desde el punto de vista histórico), y algunas expresiones de los personajes, hacen suponer que lo pensando en la película será el "juicio del mundo". Sin embargo, lo que en realidad ocurre es que -al igual que en el texto de Apocalipsis- la cámara se da vuelta, y en vez de mirar el juicio del mundo, mira la vida de un creyente entendida como silencio en el mundo y silencio de Dios mientras permanece como mundo.
Se trata entonces de una película donde todo ese contexto medieval no es clave de interpretación, es más bien imagen sobreabundante de un fragor del mal que impide, tanto al espectador como al caballero, escuchar lo que el "silencio de media hora" tiene para decir.
Precisamente en los segundos culminantes, cuando el caballero caerá de bruces a rezar, y su escudero contradirá la oración, dos mujeres, la esposa del caballero y la muda asociada al escudero, dirán las dos frases fundamentales:
La esposa del caballero, casi suplicante: tyst! tyst!, silencio, silencio!
Y la muda (que por primera vez habla): Det är fullbordat : todo está cumplido, que es la última frase de Jesús, según Juan 19,30.

El "séptimo sello" vendría a reclamar el silencio que -en medio del fragor del mal- permita ponerse a la escucha de lo que merezca la pena escuchar, a lo que muchos llamamos Dios, o el sentido, o la verdad, o que no necesita ser llamado con ningún nombre en particular.

Continuaré, desde luego, con esta película.
Ver también el Artículo sobre El séptimo sello por José Luis Martín

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